Tuesday, July 19, 2005

cuerpos extraños

Entonces cada vez que Alejandra veía venir a esta damita con tapado de corderoy rojo y pañuelo en el cuello sacaba un papel doblado en cuatro y leía con voz nasal y sin mirarla a los ojos unas líneas groseramente sexuales. El Acto de recitación ya implicaba un cruce íntimo. Era como frotarse en público. A las mujeres que se tocan no les basta con hacerlo a escondidas contra los azulejos de un baño, deben escribirlo una y otra vez, deben querer excitar a la audiencia, demostrar que aunque ya ganaron la lucha por el Alma aún les queda aquella de la Libertad Sexual cuyo prologo reza: igual con igual, tal para cual (que se alza en contra del pan con pan comida de zonzos). No importaba que las sílabas se apilaran en adjetivos no del todo armoniosos. No importaba si el ruido de tazas, si el murmullo casual dejaba escapar versos. Igual ella cerraba siempre el Acto con un candoroso “pondré estos versos sobre tu tumba y dormirás con ellos por toda la Eternidad junto a esta flor de lis que he arrancado para ti del jardín del vecino de enfrente”. Y la otra sonreía, se sonrojaba, tomaba la flor entre sus dos manos y se la pasaba por el cuello para bañarla del perfume de la piel abrasada. (¡En la flor de la edad estas muchachas hablándole a la Eternidad! Exclamaba algún mirón que por estar del otro lado del vidrio no cazaba ni medio). Ella quiere tragarse la tinta de los versos de su amada hasta que le estalle el estómago y tenga diarrea dos semanas seguidas. ¡Lo que hubiera dado por verle la mano agitada sobre el papel, la palabra en formación , los diálogos censurados por el pudor! Esta vez tenemos la dicha de un jugoso contrapunto. La otra saca del bolsillo otro papel arrugado mientras murmura tímidamente yo también te escribí algo (cuhicuchi). Otra serie de fragmentos vibran en cuerdas vocales. Tose para encontrar aquel tono de voz que se acomode a las palabras. Quizá se le ocurra imitar a la madre ausente leyéndole “los tres chachitos”, quizá se valga de alguna expresión vista al pasar en algún programa de TV, un tornasol de ojos, quizá simule gravedad o llanto contenido. En la otra mano el cigarrillo le da un toque varonil.
Llevada al extremo la escena de masturbarse de a dos con el lenguaje poético tenemos un arte colectivo gay. La dark room con las luces prendidas, el túnel de Amérika, los cines porno. Una estética del fragmento. El cuerpo extraño no es extraño por ser del todo otro sino por ser un cuerpo partido y fragmentado. Un par de tetas, carne, rodillas, lenguas, lunares, tactos, hambre, aliento, por citar solo algo. Reunión y cadáver exquisito. Saaaalió peeerfecctoooo. ¿Y como no va a salir? ¿No somos el espejo cóncavo? ¿No nos encanta explorar lo inexplorado, socavar las metáforas oxidadas, osificadas? Agarramos una flor. Pero en lugar de hablar de ella como el símbolo de la virginidad, la juventud o el simple mequieremuchopoquitonada se adorna con ella la comparsa para el Día del Orgullo. Algunas loquis van vestidas en tanga y le tiran besitos a las cámaras de Crónica. La flor en la cabeza del muchacho se ha convertido en el emblema de una lucha política. El cambio cultural –no me canso de decirlo- debería salir (con fritas) por el lado de la estética.
Asisto a un Ciclo de Poesía. Lo llaman Cuerpo Extraño. Tengo la dicha de estar en primera fila para verle las lágrimas pujantes a Vallerstein. Respiro profundo y no me siento tan sola. Hoy no necesito tanto. Bastaría con una sola palabra que me cierre los oídos a todas las demás. Si me pongo pedigueña: también quisiera una flor de cristal.
El dice:

“nos juramos amor eterno
y con los dientes apretados
me pregunto, qué es la eternidad?
una lágrima
y el remordimiento que causa la mentira
- tengo que confesarte algo amor,
me parece que algún día me voy a morir.”

Ya ya. Suficiente.

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