Friday, November 10, 2006

Sobre el aburrimiento, discurso.


Libreto: maleducada la niña que hiere a la que quiere. (La escarcha se prende a las hojalatas de los lectores cuando se narcisean y se pasean de la hoja al libro diario.)
Un antecedente funesto marca la partida: soy de otra mientras me pesan los días entre fiebre y virus. La actriz principal abre la ventana para que se airee el polvillo infeccioso, camina con la piel escamoteada, siente que cada hueso se le rompe. Aminora la marcha en búsqueda de algo o alguien que le haga derretir los humores contaminados. No hay claridad en este suelo. Vendo la manzana de Eva al precio más barato del mercado. Vendo el amor de juguete, vendo la compañía de títeres que me acompaña.Si hay alguien que me saque el aburrimiento. Esa debo ser yo.
Sobre el aburrimiento, discurso.

Cuando se eligen metáforas más oscuras que las de Quevedo (y estando en el siglo XXI), cuando se cae en la obscena intención de querer tapar un elefante con una carpetilla de mesa, cuando nos enterramos hasta la coronilla en aseveraciones metafísicas y proclamas universales, cuando una a la que le gustan las cosas ‘al pan pan y al vino vino’ se sorprende a sí misma escribiendo una metáfora como vendo la compañía de títeres que me acompaña (para referirse, lógicamente, a algo que no tiene nada que ver con una compañía de títeres) entonces hay algo que el mundo no sabe –o sabe y se hace el ignorante- y que una descubre, en ese mismo instante, con decepción y una cierta sorpresa.¡Qué cortedad (primer sinónimo que ofrece la mascota de mi versión de Word 2000: Clipo, y que incorporo sumisa y sin mayores pretensiones de justeza lingüística) si descubro, por una frase tipeada al pasar, que en realidad (y acá viene el plato fuerte, ¡no te sueltes, Catalina!) lo que deseo no lo desearía si no fuera por un inagotable aburrimiento, por un tedio mortal y por el temor que tenemos todos –incluso la reina- de quedarnos mirando nuestras cinco uñas largas del pie en lugar de llamar al bufón del barrio para que nos haga morisquetas y nos cuente chistes verdes para revolcarnos de la risa. Si todo es porque sí y pa´ matar el tiempo entonces no busquemos verdades donde hay solamente un plato de fideos y no busquemos el trasfondo de la cosa en dos o tres frases mundanas dichas por un catedrático famoso.

La compañía titiritera, ahora sí, sin deslices metafóricos algunos, es un escenarito pequeño montado para hacer bailar y cantar a personajitos de paño y tela. Las aventuras que viven esos bicharracos espantosos llenos de botones, cabezas desproporcionadas y ropa colorinche, se trasalda a los espectadores, los cuales, a la par, ríen y lloran, abren los ojos, silban, animan a los buenos, insultan a los malvados, se quejan si algo no sale como esperaban, etc. La versión del nuevo milenio de estas representaciones son los simuladores virtuales de vida real que se venden en cualquier negocio de insumos para PC. Vivir la vida de otro por un rato –en la literatura, en el cine, en el teatro, en los juegos de PC- siempre ha sido y siempre será, más que un mataburros (y pese a lo que digan aficionados a teorías didactistas), un mataaburrimiento. Y aquí estoy llegando a mi conclusión pues les veo en las caras un sueño que se caen:

Todo esto para decir, señoras mías: del aburrimiento venimos, y al aburrimiento vamos y mejor sonajero en mano que móvil sobrevolando cuna.
Amén.